jueves, 30 de diciembre de 2010

Un reencuentro inesperado

Sólo con mirar la montaña de cajas de cartón ecológico que me quedan por desempaquetar, me deprimo. Pensaba que lo más duro sería dar indicaciones a los de la mudanza para que colocasen los muebles que he traído desde Belfast sin chocar con los operarios de Ikea que estaban montando unas cosas que compré. Luego pensé que lo más duro sería limpiarlo todo hasta que quedase tan limpio como yo me lo imaginaba. Y ahora resulta que tengo dos docenas de cajas llenas hasta los topes de cosas por ubicar en su sitio. Suspiro, saco mi portátil, lo enciendo y escribo en mi estado en Facebook: “Iniciando Fase 3 de la mudanza. ¿Alguien se apunta?”. Dudo mucho que cualquiera decida echarme un cable, sobre todo porque las únicas personas que conozco en Londres son mis compañeros de trabajo, a los que acabo de presentarme, un indio que repara ordenadores y que antaño les vendía marihuana a mis padres y una prima de una amiga de mi madre, que tiene una peluquería en un barrio marginal al que no planeo acercarme.
         Bueno, cuanto antes empiece, antes terminaré.
         Cojo la primera caja, que pesa como si llevase un cadáver, y la deposito encima de la mesa del salón. Por poco me llevo por delante el portátil, así que lo cambio de sitio y ya de paso pongo música: activo mi lista de reproducción preferida y dejo que la música con la que crecí me anime a ponerme a trabajar.
         La primera caja está llena de libros. Afortunadamente hice un esquema de cómo los colocaría durante el vuelo a Londres, así que no tardo más que un par de horas en ubicar todos mis libros por temáticas entre el salón y mi dormitorio. La verdad es que este apartamento sigue pareciéndome demasiado grande para vivir yo sola, pero estaba tan bien de precio…
         Tengo entendido que el edificio está recién restaurado. Me pregunto cuántos inquilinos hay ya aparte de mí…

         Tres horas más tarde, me doy cuenta de que no he colocado ni la cuarta parte de lo que he traído, pero la casa va teniendo un aspecto más habitable. La lista de reproducción se acaba, así que cierro el reproductor antes de que vuelva a reproducirse en bucle. Me apetece hacer un descanso y charlar con alguien, pero paso de hacer llamadas, así que cojo las llaves y salgo al rellano. A ver si tengo suerte y me cruzo con algún vecino. Nunca está de más conocer a los vecinos, por lo que pueda pasar.
         Me dispongo a subir cuando oigo pasos en la escalera. Me apoyo en el quicio de la puerta hasta que veo aparecer a una chica más joven que yo que lleva varias bolsas del supermercado que hay a la vuelta de la esquina. Se me queda mirando con curiosidad y me pregunta a bocajarro:
         —¿Eres nueva aquí?
         —Sí —respondo. Le tiendo la mano con gesto profesional y me presento—, me llamo Eden Cole.
         —Yo soy Prue Deveraux. Encantada —me la estrecha.
         —¿Quieres que te eche una mano con esas bolsas? —Pregunto.
         —Vale —me tiende dos—. El ascensor no funciona. Hemos llamado al servicio técnico, pero me parece que hasta que no pasen las fiestas no hay tu tía. A veces me da la sensación de que la dueña del edificio pasa de nosotras porque somos cuatro gatos...
         Prue inicia el ascenso y yo la sigo mientras pregunto:
—¿De veras? ¿Somos pocos inquilinos?
         Ella asiente con la cabeza y enumera:
         —De momento estamos nosotras tres, es decir, mi hermana, mi prima y yo, y luego tú, claro. Ah, y la Erasmus, que ahora mismo está en su casa y no vuelve hasta que vuelvan a empezar las clases, claro.
         Vaya. Pues sí que somos pocas.
         Su apartamento está tan sólo un piso más arriba, así que en un suspiro nos plantamos delante de la puerta. Prue rebusca entre las llaves hasta dar con la adecuada y me invita a pasar.
         —¿Te apetece tomar algo? —Pregunta.
         —De acuerdo.
         —¿Qué quieres tomar?
         —Hum... ¿tienes tónica?
         —¡Claro!
         Prue hunde medio cuerpo en la nevera para emerger más tarde con una esbelta botella transparente de etiqueta arrugada. Sirve el líquido en un vaso y me lo tiende mientras me anima:
         —Bueno, cuéntame algo sobre ti. De dónde eres, a qué te dedicas, esas cosas.
         —Pues... —doy un sorbo a la bebida—, nací en Leeds, creo, mis padres nunca vivían demasiado tiempo seguido en el mismo sitio.
         —¿De veras? —Pregunta, festiva, mientras guarda un paquete de galletas en un armario—. ¿En qué sitios has vivido?
         Intento hacer memoria y empiezo a enumerar:
         —Que pueda recordar, en Bristol, en Manchester, en Liverpool...
         —¡Yo soy de Liverpool! —Me corta, emocionada. En ese momento oímos abrirse la puerta—. Ah, mi hermana ha llegado.
         Ella entra en la cocina. Hay algo en su cara que me resulta familiar...
         —Es nuestra nueva vecina. ¿Sabes que vivió en Liverpool? —Le dice. A continuación se dirige a mí—. Ella es mi hermana mayor, Alyssa.
         Se me enciende una bombillita en el cerebro: ¡clic!
         —¡Alyssa! —Exclamo—. En realidad ya nos conocemos. ¿Te acuerdas de mí? Soy Eden Cole.
         Su rostro adopta expresión de asombro mientras Prue nos mira sin entender nada.
         —¡Claro que me acuerdo! Segundo grado en el Colegio Anne Clough. Tus padres te inscribieron allí...
         —Porque tenía nombre de sufragista —termino la frase.
         Prue se apoya en la mesa de la cocina y habla por fin:
         —Perdonad si os interrumpo, pero, ¿a qué viene todo esto? ¿Es una cámara oculta?
         Alyssa pone los ojos en blanco y explica:
         —No te acordarás porque eras muy pequeña, pero Eden era mi mejor amiga en el colegio.
         —Antes de que mis padres y yo nos convirtiésemos en nómadas por Europa, entonces perdimos el contacto —lo cierto es que siempre lo lamenté.
         —Bueno, prácticamente vivíais en la carretera, era imposible enviar cartas. Lo intenté, pero me las devolvieron.
         —¡Ojalá hubiésemos tenido Internet!
         Alyssa esboza una sonrisa y dice:
         —Vamos al salón. Tienes que contarme qué ha sido de ti en estos... ¿cuántos, doce años?
         —Más o menos —tomamos asiento y empiezo a contarle—. Pasamos unos dos años viajando por toda Europa, de mercadillo en mercadillo, viviendo de los collares y cosas de ésas que hacían mis padres. No solíamos pasar más de un mes en el mismo sitio, salvo en invierno... que era cuando yo estudiaba. Mis abuelos me pagaron la escolarización a salto de mata, todavía no sé muy bien cómo logré graduarme en secundaria con una educación tan irregular... Pero bueno, también es cierto que me puse las pilas cuando nos asentamos de forma más o menos estable.
         —¿Dónde fuisteis? —Inquiere.
         —A Florida. Allí estuvimos hasta que terminé el instituto, luego yo me fui a la Universidad en Nueva York y creo que ellos andan por ahí de nuevo, esta vez con una caravana —la verdad es que mis padres... bueno, si no fueran mis padres y no me lo hubiese pasado tan bien con ellos, habría dicho que no eran buenos padres, lo cual no quiere decir, por supuesto, que no fuesen buenas personas.
         —¿Y la carrera? —Me interroga Alyssa—. ¿Cómo te la pagaste?
         Resoplo.
         —¡Trabajé un montón! Durante el curso estaba de camarera en un bar que pertenecía a mi casera, y fui prácticamente su esclava durante los dos primeros años, pero luego logré hacerme amiga suya y al final me dio pena irme y todo. Y en verano curraba en hoteles durante los tres meses, ya fuesen moteles de carretera en Rhode Island o resorts de súper lujo en Hawaii —Alyssa silba con admiración, y me toca preguntar—. ¿Y qué hay de ti?
         —Bueno, no me moví de Liverpool hasta terminar la carrera. El último año me ofrecieron unas prácticas en la revista Chic-Chic y al final me contrataron. Pensaba que iba a ser la chica de los cafés, pero resulta que uno de los miembros de la junta directiva conocía a una de mis catedráticas y le pidió informes míos. Ella le pasó un artículo que escribí para un trabajo y le gustó, así que me asignaron una columna en la sección “Suma y Sigue”. Poco a poco fui escalando posiciones y ahora tengo mi propia página.
         —¡Vaya, enhorabuena! —No podía esperar otra cosa de Alyssa, que con nueve años se pintaba los labios con la barra color fresa de mi madre mientras posábamos como Cindy Crawford delante del espejo de su cuarto de baño—. Yo estoy en la sección de Recursos Humanos en una empresa de telefonía móvil. No es el trabajo de mis sueños, pero se me da bien el trato con la gente, así que no está mal. Me trasladaron a Belfast el año pasado, y desde ayer mismo trabajo en la sucursal de Londres.
         Prue regresa de la cocina después de terminar de colocar la compra y toma asiento en un sillón a nuestro lado. Me vuelvo hacia ella y comento:
         —Puedo asegurarte que cuando te vi en la escalera ni siquiera sospeché que serías la hermana de mi amiga de la infancia.
         —Yo tampoco —responde ella.
         —No es que os tratarais demasiado —dice Alyssa.
         —¿A qué te dedicas tú, Prue? —Pregunto.
         —Estudio Veterinaria —responde, sin dar detalles.
         Le lanzo una ojeada a Alyssa, que con un gesto indica que más adelante me dará los detalles. La verdad es que estoy contenta: aunque seamos poca gente, me alegra que haya caras conocidas.
         Prue se saca el teléfono móvil del bolsillo y marca un número antes de llevárselo al oído.
         —Esto puede ser divertido —se me escapa.
         —Pues todavía no has visto nada.

2 comentarios:

  1. :D me ha encantado tu blog!!! son muy originales las backstories de tus muñecas y los relatos me han parecido superentetenidos, sigue asi!

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias, Pado ;-) No pierdas de vista el blog, cada poco tiempo se unen dolls nuevas!

    ResponderEliminar