lunes, 13 de diciembre de 2010

Pam... y la mató


Si Alyssa dice que Pam vive en el 1º B, es que vive en el A. Cuando pulso el timbre y oigo el inconfundible taconeo al otro lado de la puerta, me doy cuenta antes de que ésta se abra de que tengo razón.
¡Bingo!
Mi prima Pam alza sus cejas perfectamente simétricas, no sin cierta sorpresa, y dice:
—Prue.
Veo que hoy no es precisamente el Día Internacional del Ingenio, así que me limito a sonreír y a saludarla:
—Hola, Pam.
Enseguida compone una cautivadora sonrisa. Ya estoy oyendo a mi hermana: diría que la ha sacado de su Catálogo de Sonrisas Prefabricadas, página siete.
—Pasa, por favor.
No me hago de rogar y paso al salón, decorado con muebles de diseño. Echo un vistazo a su sofá de velour blanco y no tardo en desestimar la idea de sentarme. Echaría a perder unos muebles tan elegantes, no pegan con mis botas de plataforma color rosa. Me vuelvo hacia Pam, ahora a mi lado.
—¿Has venido a ver a tu hermana?
La mirada de Pam podría congelar el hielo. Es reconfortante comprobar que los sentimientos de Alyssa son recíprocos.
—Ehm… en realidad he venido para quedarme. Voy a estudiar en Londres.
—¿De veras? —Pam se adelanta y se apoya en uno de los brazos de su sofá de velour blanco. Mientras la miro, pienso que si yo tuviera ese sofá, sería de color verde lima—. Me comentaron algo de tus estudios… Has escapado bien, ¿no?
Ladeo un poco la cabeza.
—Bueno… me han expulsado por suspenderlo todo.
Ella se encoge de hombros.
—Bueno, hay cosas peores.
Alzo una ceja casi sin darme cuenta. Claro, Pam es modelo, aunque ya no ejerza. Supongo que esas “cosas peores” a las que se refiere son levantarse una mañana con bolsas en los ojos o algo por el estilo. Me encojo ligeramente de hombros y le doy la razón:
—¡Claro!
—¿Vas a volver a intentarlo, entonces? —Pregunta.
—Sí.
—¿La misma carrera?
—Exacto.
—Qué bien.
Y así, se agota la conversación relativa a los estudios. Si hubiésemos empezado hablando de vestidos palabra de honor, me estaría dando un mitin. Pero como Pam es muy buena en su trabajo, que a fin de cuentas es más o menos entretener a la gente, hace un gesto en dirección a la cocina como si me estuviese enseñando el alicatado y me pregunta:
—¿Te apetece algo de beber?
Imagino que es mi oportunidad de oro para probar una copa de ese champagne rosado súper caro que siempre tiene en la nevera (o al menos eso dijo en su última entrevista en Vanity Fair), pero me sale sin pensar:
—Si tienes coca-cola, sí.
—Por supuesto —sonríe—. Siéntate, como si estuvieras en tu casa.
Mientras ella se marcha a la cocina, contemplo su sofá una vez más. Los sillones de cuero marrón chocolate de Alyssa me hacen sentir más en casa que ese velour blanco de mírame y no me toques. Aunque sé que es una solemne tontería, aplazo el inevitable momento de sentarme curioseando entre sus estantes, con pocos objetos ubicados de manera un tanto aleatoria, y nuevamente me viene a la cabeza mi hermana mayor, que en alguno de sus artículos malvados diría que no se sabe si la disposición se debe a un feng shui  de pacotilla o a una decoración vacía de utilidad. Eso, si le dejaran escribir un artículo con el que Pam mordiese el polvo, que no creo que se lo permitan, siendo Pam tan famosa como es. Supongo que en el fondo eso es lo que más molesta a Alyssa.
—Ya estoy aquí.
Me giro como impulsada por un resorte y sonrío mientras cojo el vaso que me ofrece, que por cierto está helado. No aguanto más la curiosidad, así que le pregunto a bocajarro:
—¿Cómo es que te viniste a vivir aquí estando mi hermana en el último piso?
Sin perder su sonrisa profesional, Pam responde:
—Todavía no estaban instalados los buzones y no tenía manera de saber que era la única que había adquirido un piso por encima del subsuelo. Si llego a saberlo, me habría ido a la otra punta de Londres.
A duras penas esquivo el veneno que ha soltado con sus palabras, pero sus palabras me llaman la atención.
—¿No vive nadie más en el edificio aparte de nosotras tres? —Pregunto.
—Sí, las criptas están habitadas —responde mi prima, con naturalidad.
—No —sacudo la cabeza—. Me refiero… por encima del subsuelo, como tú dices.
Pam suspira.
—No, sólo estamos nosotras tres.
—¿Y eso no os da un poco de… ya sabes, mal rollo?
—Por supuesto. Nunca sé cuando a Alyssa le va a dar un ataque de locura y va a bajar a asesinarme, corroída por la envidia.
Cómo se pasan. Si es que están siempre igual.
—No me refería a eso —protesto.
—Pero yo sí.
Vaya, genial. He abierto la caja de Pandora. Con lo bien que estaban odiándose las dos en silencio, cada una en una planta. Doy un largo trago de coca-cola y vuelvo a echar un vistazo en torno a la sala de estar. Una gran foto en blanco y negro, en la que no había reparado hasta ahora, me llama la atención. En ella aparece Pam retorciéndose un mechón de pelo llevando unos enormes pendientes. Me levanto y me acerco para verla un poco mejor. Sólo cuando me encuentro a menos de un metro de ella reparo en la diminuta línea de palabras en una esquina del borde blanco que rodea la imagen. En ella se especifica que el fotógrafo es nada menos que Jake Wyld. Me giro en dirección a mi prima, ahora a poca distancia de mí, boquiabierta.
—¡Tienes una foto de Jake Wyld!
—Por supuesto, cariño. Era un don nadie hasta que sacó esa fotografía —responde, muy ufana.
Me vuelvo de nuevo hacia la imagen. Es cierto: viendo a Pam, la instantánea data sin duda de sus días como modelo. Me pregunto cómo permitió una top model de primera fila como ella que la fotografiase un desconocido, y debe estar leyéndome la mente, porque empieza a explicar:
—Éramos amigos. Él trabajaba de ayudante en la agencia en la que empecé, y le conocí cuando yo ya empezaba a hacerme famosa. Siempre bromeaba diciendo que tenía que hacerme una sesión de fotos, pero sinceramente, no me parecía que fuese fotógrafo de verdad. Hasta que fui a su casa y vi su estudio, no le tomé demasiado en serio. Y aquel día, tomó esta fotografía. Logré que la publicaran en Vogue América y voilà. Podría decirse que es famoso gracias a mí.
Miro la fotografía una vez más y no puedo resistir la tentación de preguntarle:
—¿Te liaste con él?
Pam hace una caída de ojos.
—¡Por supuesto que no! No es mi tipo en absoluto. Además… —se acerca aún más—, ya sabes lo que pasa si te lías con un amigo: esa relación desaparece para siempre.
—Supongo… —digo. Lo cierto es que pienso en Dan, que… bueno, era mi amigo y dejó de serlo. Menuda mierda.
Pam da un par de pasos con sus piernas kilométricas y queda bastante cerca de mí.
—Pareces pensativa. ¿Has dejado a algún “amigo” en Oxford? —Pregunta. Será perspicaz la muy guarra.
—Podría decirse que sí —confieso. Me alegra tener a alguien a quien contárselo… y ni en sueños sería Alyssa esa persona. Pero por si acaso, desvío un poco su atención de ese tema tan peliagudo—. A más de uno, en realidad.
—Uhh —Pam esboza su sonrisa de tres mil dólares, y comprendo que me ha malinterpretado.
—No, no, no me refiero a esos “amigos” —hago el gesto de entrecomillado con los dedos de la mano izquierda—. Es decir, allí siempre iba con un grupo de amigos en general, y bueno, ellos siguen allí.
Muy especialmente Sandra, mi mejor amiga desde pequeñas, que por cierto ahora está saliendo con Dan. Zorra. Para desahogarme, doy un trago largo de mi coca-cola, cuyo efecto más remarcable es que me clava todo su frío en el fondo de la garganta y me hace toser un poco. Lástima que no tenga un buen chorro de ron. Pam me quita el vaso de la mano con amabilidad, como dándome a entender que no debería beber más, lo cual no deja de ser una tontería teniendo en cuenta que no era más que una inocente coca-cola… pero bueno, lo mismo da. Me encojo de hombros y comento:
—Creo que iré a instalarme. Me parece que he dejado la maleta en mitad del pasillo, y a lo mejor Alyssa la ha tirado por el balcón o algo.
Pam alza una ceja.
—Sí, eso suena muy propio de ella.
Nota mental: sacarle el puñal de la espalda en cuanto llegue a casa.

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